La rutina ya era vieja: la conectaba por aquí y no funcionaba, la conectaba por allí, y tampoco. Le quitaba los cables y se los volvía a poner. "Apaga y prende". Nada. Una semana entera dedicada a este aparatito tan pequeño, que ya había llegado a llamarse: "j...o' aparato tan complicado". Dí dos viajes pensando que la causa de mi infortunio estaba en algún cablecito que había olvidado, sólo para resultar no ser así. Ya estaba a punto de darme por vencida, gritar "me rindo, me comió", y dejar que otro sucumbiera ante ese maléfico engendro de la tecnología cuando se me ocurrió una alocada idea: "Gitti, por qué no lees el manual a ver qué dice?"...
Pues, lo hice y allí en un claro inglés, paso por paso, perfectamente organizadas estaban las instrucciones para solucionar mi problemita (que en realidad no era un problema sino que yo no sabía cómo hacerlo). Lo confieso, no leí el manual completo, sólo tres capítulos, pero ustedes, todos los que me han programado mis VHS, mis relojes despertadores, los que le han cambiado los tonos de mi celular, conocen mi legendaria aversión a los manuales, instrucciones de uso y demás hierbas. Es más haraganería que otra cosa, pero creo que ha llegado el momento de cambiar. Mucho más luego que comprobé que la cámara no estaba contra mí, no se quería vengar por algo que yo había hecho, sino que con la información correcta, de a chin si se quiere, podía comenzar a disfrutar la recompensa (en este caso mis fotos) más rápido. Sí, ya sé. Debería saberlo ya, pero nunca es tarde para aprender.
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